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Los recuerdos de la mente

Corría el año 93 y me disponía a empezar mis estudios universitarios. No tranquilos no os contaré mis experiencias durante mis años académicos, eso quizás sea el contenido de otro post, sino que os quiero contar otra cosa.

Quien haya estudiado una carrera sabe que parte de la vida social que se realiza durante el periodo académico, se lleva en el bar de la facultad. Si, donde se cuece y se mueve todo el ambiente universitario se desarrolla en gran medida entre cervezas y grandes partidas de cartas. Siempre hay excepciones, y en todas las promociones hay gente que se pasa el tiempo en la biblioteca estudiando, pero yo no era de esos, para que mentiros.

Pero a parte de charlar con los amigos y jugar al mus, que por cierto nunca acabe de entenderlo demasiado, había una cosa que me hacia ir al bar durante los dos primeros años de carrera con otras expectativas, y era que nuestra hora de almuerzo coincidía en horario con los estudiantes de Formación Profesional de análisis clínicos, sino recuerdo mal, que también estudiaban por aquel entonces en la antigua Universidad Laboral. No hace falta decir que la mayoría de estudiantes de aquella promoción de FP eran chicas, por lo que su coincidencia en el bar siempre era agradecida por todos los asistentes en el bar. Yo entre toda esa juventud, por razones que supongo nunca entendí, y que todavía no entiendo ahora, me fijé en una chica, no era la más guapa seguramente, ni tampoco la que captaba la atención de todos mis compañeros. Siempre esperaba ver aquella chica al entrar al bar, ¿por qué razón? pues no lo sé, porque nunca le dije nada, simplemente su cara me atraía entre la multitud. Incluso después de varios años, apareció su cara en el Diario de Tarragona, en aquella sección donde unos amigos te ponen una foto tuya y te felicitan el aniversario. Después de un largo tiempo, donde la chica era conocida como la del bar, supe su verdadero nombre, porque allí aparecía en el Diario. Su nombre era Silvia, y aunque hayan pasado más de 15 años, sigo acordándome de su nombre como el primer día, y es más, seguramente reconocería su cara si la volviera a ver ahora, porque sigo teniendo en mi mente los rasgos de su cara.

Que quiero explicar con todo este texto, no, no quiero contaros que estoy enamorado de esa chica, aunque quizás lo parezca, simplemente quiero poner de manifiesto que el cerebro humano, al menos para mi, es imprevisible. Nos acordamos a veces de cosas insignificantes, o detalles que nos han pasado en la vida, y que sin querer están ahí en la mente pese a pasar años y años, permaneciendo intactos aunque vayamos generando nuevos recuerdos. Y segundo, que me gustaría que alguien me explicara, como es que nos fijamos en una cara y no en otra. Como ya dije, aquella chica seguramente no era la más guapa de todas ellas, pero eso no me impedía que fuera lo primero que captarán mis ojos al entrar por la puerta. Hacer la prueba, coger una fotografía con 20 caras y seguramente sin querer, os fijareis en alguien primero. Después analizar a todas las personas de esa foto, y seguramente llegaréis a la conclusión de que la persona escogida no era la más destacable o bella, pero fue lo primero que observasteis de la misma, y si comparáis con vuestros amigos, ellos seguramente se decantaron por otras personas. ¿Amor a primera vista?, quizás sea eso,  o a lo mejor es todo más simple, y es que nunca sabemos por lo que nos decantaremos al observar nuestro alrededor. Como diría el anuncio de televisión, el ser humano puede ser extraordinario.

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